
Como sin querer hacerlo, lentamente iba despertando al día.
Se encontraba encajonado en la cama, la mente le pesaba y las ganas de despertar le fallaban. Otra vez tenia que volver a abrir los ojos y enfrentarse a la cotidiana jornada.
Un techo naranja y una lámpara redonda, blanca, era lo primero que percibía al abrir los ojos.
Giraba la cabeza a un lado y otro de la almohada para ver donde se hallaba, viendo su habitación como si fuera la primera vez. Cada mañana el mismo ritual.
Hoy, un sonido acompañaba a la cotidiana visión. Estaba lloviendo, intensamente, golpeteando en el tejadillo y en el alfeizar de la ventana.
Menos motivos aún, pero se había de levantar.
El cuerpo se iba recolocando, lentamente iba tomando conciencia de sus miembros y sus órganos y sin saber como se encontró sentado al borde de la cama con los pies en el suelo de madera.
Como zombi se dirigió al baño y celebró el ritual de orinar, mirarse la cara en el espejo , lavarse la cara y volverse a mirar para comprobar que la imagen que le devolvía el espejo era la misma.
-Joder, ahí estoy otra vez!, -exclamó con resignación-.
Salió del cuarto de baño, se agachó al suelo y de debajo de la silla recogió los pedazos de foto que había roto la noche anterior donde estaba el rostro de ella.
Se dirigió al escritorio y los dejó encima de la mesa.
Encendió el ordenador y la volvió a imprimir. Ya sabia que al acabar la jornada, hecha trozos en el suelo quedaría, otra vez, la fotografía.
Así que la volvió a colocar con cuidado, al lado de su retrato.