No se si fracasar en todo sea un éxito. Lo dudo, porque tampoco creo que alguien fracase en todo. Luchamos por vivir, por sobrevivir y siempre conseguimos pequeños éxitos, pequeños fracasos, a veces no conseguimos nada y también sonoros fracasos y sonoros éxitos, muy de rara vez. Caminamos, avanzamos, nos paramos, en ocasiones el temor nos inmoviliza, miramos a nuestro alrededor, buscando una referencia, una salida. Nos guiamos por instinto, por consejo, por impulso y buscamos en nuestros recuerdos nuestras referencias para saber hacia donde queremos ir o que deseamos encontrar. Tejemos los años día a día preñándolos de ilusiones, grandes o pequeñas, que se van cumpliendo o incumpliendo según avanzamos. Unas no tienen vuelta atrás, otras nos requieren una segunda, una tercera oportunidad. Fracasamos en nuestros éxitos y triunfamos en nuestros fracasos, de mientras, vivimos. A veces nos reconocemos, a veces vemos un extraño delante del espejo, al que casi ni saludamos. Otras veces nos hacemos amigos de nosotros mismos y nos ponemos el mundo por montera, brindamos al sol y nos importa un carajo como caiga la montera.
Observamos el comportamiento de los demás más que el nuestro y muchas veces quisiéramos ser otro y otras no quisiéramos ser nosotros, pero cuando extrañamente coincide lo que queremos con lo que somos, que extraña sensación recorre nuestro cuerpo.
Siempre buscamos, no importa lo que encontremos. La curiosidad azuza nuestro deseo de ver más cosas, de saber más cosas, para ver si eso es lo que queremos, lo que deseábamos. Fruncimos el ceño o alzamos las cejas como niños cuando ven el juguete que desean, según vamos pasando las etapas de la vida. Vamos cambiando nuestras referencias, acortamos nuestras metas, siempre deseando encontrar el tesoro oculto de nuestra felicidad, siempre escondida por distintos recovecos de la vida.
El tesoro no está siempre junto, siempre encontramos pequeñas alhajas por el camino y también somos sorprendidos por salteadores de caminos, a los que a veces ahuyentamos y a veces nos dejan malheridos. Pero seguimos el camino, con llagas en los pies, con la ilusión rota, con la esperanza arañada, con el deseo de una posada al final de la jornada.
Nos hacemos trascendentes o nos tomamos a broma a nosotros mismos, tenemos muchos métodos de defensa contra los ataques del destino. Seguimos caminos trazados, seguros, o nos aventuramos por nuevos senderos que intuimos a donde nos van a llevar. Luchamos, combatimos, rehuimos la lucha, somos humanos y nos comportamos de manera sorpresiva muchas veces.
Lobos solitarios en ocasiones, otras veces necesitamos el enfrentamiento tribal con otras gentes para medirnos como personas, para saber de lo que somos capaces, para saber lo que sentimos, para sentirnos vivos.
Encontramos compañeros de camino con los que reímos, con los que amamos, que nos halagan y nos espetan con cruda sinceridad lo que piensan de nosotros por nuestro bien, a los que respetamos, a los que tenemos en cuenta sus consejos, a los que recriminamos su actitud en ocasiones, a los que abrazamos, a los que besamos.
Encontramos nuestra alma gemela, nuestro complemento, esa persona que con sólo la mirada nos basta para entendernos, con la que seguimos el camino codo con codo uno al lado del otro. A la que admiramos y respetamos sus silencios y deseamos sus palabras. Y su cuerpo, para sentir el nuestro propio. Para realmente sentirnos vivos en el universo y reconocernos en el camino y ver que ha valido la pena el esfuerzo gastado.
Y creemos conocer otras almas gemelas, y ganamos y perdemos, hay muchos espejismos en el camino, trucos y trampas que nos apartan del sendero deseado, sin darnos cuenta o con todo nuestro consentimiento y nuestra poca fe.
Nos engañan como crios con cosas pequeñas que tienen precio apartándonos de las importantes, que no lo tienen. Nos llenamos de triunfos cuando apenas sabemos entender las cartas que tenemos en las manos y no sabemos jugarlos. Ansiamos la felicidad de mañana cuando no hemos sabido buscarla hoy y vamos trampeando esa felicidad cotidiana con parches y vendas que nos ocultan la realidad y nos hace vivir en un mundo distinto al real.
Conseguir una pequeña sonrisa de complicidad, una mano para ayudar, un esfuerzo compartido, eso no tiene precio.
Un poquito de fe en nosotros nos hace falta, para saber que los demás también pueden poseerla y juntos trazar un gran camino hacia un bien común que redunda en un bien privado. Si los demás son felices, yo lo soy. Cuando los demás son felices y yo no lo soy, que es lo que ocurre?, que es lo que falla en el mecanismo? Necesito más dosis de felicidad para igualarme a los demás?